Las casas principales de los Cervantes-Barrantes, magnífico edificio de principios del siglo XVII, constituyen uno de los últimos y más contemporáneos ejemplos de la arquitectura civil trujillana de la modernidad. Mandadas construir como residencia familiar por García de Barrantes-Cervantes, miembro del Consejo Real de Felipe III y sobrino del Cardenal Gaspar Cervantes de Gaete, gran coleccionista de arte del Renacimiento, las obras estuvieron a cargo del maestro cantero trujillano García Carrasco, autor de trabajos tan destacados como el Palacio de Santa Marta en Trujillo o la iglesia de Santa Clara en Mérida, y su realización marcó el final del esplendor de la arquitectura trujillana del siglo XVI, época en que la ciudad se enriqueció con extraordinarios edificios nobiliarios y religiosos.
Su vida de residencia nobiliaria alcanzó la primera mitad del siglo XX, época en la que sufrió alteraciones interiores para alojar una imprenta en su planta baja mientras el resto fue destinado a viviendas en alquiler. En esta disposición entró en el último cuarto del siglo para, después de dos décadas de abandono, ser adquirido por la Fundación Obra Pía de los Pizarro con ánimo de convertirlo en sede de su proyecto social y cultural para el siglo XXI.
Ideado como casa nobiliaria situada en un entorno rural respondía a un amplio programa que, dadas por concluidas las obras en 1618, no llegó a completarse, lo que le confirió su aire inconcluso y decadente.
Su exterior, de estilo manierista, proyecta tres fachadas sencillas y asimétricas en las que se abren ventanas y balcones que proporcionan ritmo y belleza. Entre ellos destaca el balcón de esquina, pieza extraordinaria, considerada como la más importante de tales características de la arquitectura española, con su vano flanqueado por columnas corintias de fuste acanalado, pináculos piramidales rematados en bolas, y el escudo de armas de la familia en su parte superior.
La puerta de carruajes, con dintel y jambas de granito de una pieza, las tres mayores en la arquitectura de la ciudad, constituye el segundo de los importantes elementos arquitectónicos del edificio. Está coronada por elegantes motivos vegetales que enmarcan un gran escudo familiar.
Otros motivos heráldicos se reparten por las fachadas dando a éstas un aspecto noble y refinado.
El interior se distribuye en tres plantas en las que amplios espacios cerrados por potentes muros, bóvedas de arista y cañón, y forjados de madera se van sucediendo, enriqueciéndolo con múltiples soluciones.
Aquí se halla otro de sus valiosos elementos arquitectónicos, la magnífica escalera de husillo, construida en granito, delicadamente tallada y rematada en cubierta con una cúpula hemiesférica propia de la arquitectura local de la época.
De todo ello resulta un conjunto ambicioso, inacabado y personal, donde elementos de gran valor artístico y arquitectónico conviven con otros de modesta factura.